En las manos.

Tú no lo sabias, pero le hiciste un cariñito que se le escondió atrás de las costillas. Llegó a instalarse sin pedir permiso. En cuanto hizo contacto tu piel con la suya sintió esas chispas que sólo la magia es capaz de crear. Y aprovechó el momento para enredarse entre sus cabellos. 
Lo comparte. Porque es bello y porque compartiéndolo crece, pero en el fondo sabe que es tuyo y cuando lo hace, piensa en ti. Se llena con el amor de ese momento hasta que saborea una sonrisa tan dulce y tan sutil invadiéndole la boca. Las mariposas lo conocen, juegan con el y le hacen cosquillas. 

Lo que todavía no puede comprender es como cosas tan pequeñas, tan cotidianas y de todos los días, como el roce de un dedo con su cuerpo conecta tan rápido con un corazón. Y lo infla, y lo pone rojo, y se sienten calor y sueños entre la electricidad.


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